martes, 30 de septiembre de 2008

"El Orador" de Cicerón



Por Adriana G. Alonso


A manera de descripción, Cicerón elabora esta obra en el año 40 a..C aproximadamente. Dirigida a Marco Junio Bruto, el objeto a describir radica fundamentalmente en la categoría del “orador perfecto”, misma que presenta desde un principio como condición inexistente hasta ese momento, pero no por ello incansable.


Cicerón afirma en principio que es una disciplina la que enseña a pensar y otra a hablar; por un lado, sin la filosofía no puede alcanzarse la condición de orador perfecto, ya que sin ella, nadie puede hablar con amplitud y abundancia sobre temas de envergadura y variedad, es decir, sin una formación filosófica, no se puede distinguir el género y la especie de ninguna cosa, ni definirla, ni clasificarla, ni juzgar lo que es verdadero o falso, o bien, distinguir lo ambiguo. Por otra parte, la retórica es el género del que se nutre la abundancia de palabras y su construcción, la combinación simétrica de las frases, la agrupación de las palabras en periodos fijos y delimitados; que unas palabras respondan a otras como si estuvieran medidas, y en paralelo, que los términos de sentido opuesto estén frecuentemente en relación y que los contrarios se acoplen etc., “No siempre para un combate judicial sino principalmente para placer de los oídos”. Es aquí en donde Cicerón pone de manifiesto la importancia más que del fondo, de la forma en lo que a alcanzar el objeto del discurso se refiere, es decir, se requiere centrar los esfuerzos en la manera en la que se emitirá el discurso, para que éste al provocar el placer de los escuchas logre su cometido, que de antemano sabemos radica en refutar y/o convencer.

Dentro del género retórico apto para el entrenamiento de los oradores, Cicerón se centra en el denominado género demostrativo. Se trata de un discurso agradable, fácil, abundante, dotado de frases ingeniosas y palabras armoniosas, suena sencillo, aunque estructuralmente no lo es, ya que el orador debe tener muy en cuenta tres cosas: qué decir, el orden, y cómo decirlo.

¿Qué decir?

La invención:

Cicerón nos indica en esta parte que encontrar y decidir lo que se ha de decir es propio mas bien del buen sentido que de la elocuencia, es decir, el orador perfecto no solamente conocerá los tópicos de la argumentación y del razonamiento, sino que también sabrá plantearse si lo cuestionado existe, qué es y cómo es: la existencia mediante palabras y la esencia mediante definiciones. Por otro lado, apartará la discusión de las circunstancias particulares centrándose únicamente en temas de corte general o argumentos generales, proceso al que Cicerón llama “tesis”.
De igual manera, la discreción toma un papel muy importante en la invención y radica no solamente en la preocupación del orador por encontrar lo que va a decir, sino también por lo que no dirá.


¿En qué orden?

La disposición

Una vez que se ha encontrado lo que ha de decir, se ordenarán estas mismas ideas con diligencia. Se trata fundamentalmente de estructurar en introducción, un acceso claro a la causa y una vez que se hayan atraído los ánimos de los oyentes, se confirmarán los argumentos favorables y se debilitarán, refutarán y rechazarán los contrarios.

¿Cómo?

En lo que respecta al “cómo hay que hablar”, Cicerón hace ahínco en dos cuestiones: acción y elocución. La acción se basa a su vez en voz y movimiento.

La voz, tendrá que adoptar determinado tono según el sentimiento que el orador quiera dar la impresión, que le afecta y según el sentimiento que quiera provocar en el ánimo del oyente, una especie de modulación cuyo objetivo fundamental es conseguir el placer de los oídos.

Respecto al movimiento, el orador recurrirá a él sin exageración, se mantendrá derecho, erguido, dará pocos pasos, cortos; el desplazamiento será moderado y escaso, extendiendo los brazos en los momentos de pasión y recogiéndolos en los de relajación.


Elocución:

Se refiere al poder supremo de la palabra, el cual solo es concedido al orador y es sin embargo la acción de hablar del orador la que recibe propiamente, en palabras de Cicerón, el nombre de discurso; “el orador, debe mirar lo conveniente no solo en las ideas sino también en las palabras”.

El término elocución alude totalmente al término elocuencia, y será pues, elocuente, el orador que pruebe agrade y convenza: pruebe en aras de la necesidad, agrade en aras de la belleza y convenza en aras de la Victoria. Es aquí donde Cicerón propone tres tipos de estilos, los cuales corresponden a cada función, mediante los cuales el orador debe ser preciso a la hora de probar, mediano a la hora de deleitar y vehemente a la hora de convencer.

Así pues, el orador que sepa regular y ensamblar esta triple variedad, así como el binomio elegancia-majestad/Agudeza-Sobriedad, o en otras palabras el aticismo y la altivez se acercará al ideal de “orador perfecto” propuesto por Cicerón en esta obra.

“Es elocuente el que es capaz de decir las cosas sencillas con sencillez, las cosas elevadas con fuerza y las cosas intermedias con tono medio”

1 comentario:

Emi Barclay dijo...

Tal como había pactado, escribo en tu blog. Vayamos por partes:
1. La filosofía no es la condición sina que non del diálogo del orador. Cicerón, lector principalmete de Aristóteles, entiende la función del orador en función del Arte retórica, cuya raíz epistemológica no es la lógica filosófico sino la sofista. Basta releer a Gorgias o a Parménides para comprender a Cicerón.
2. Hablemos entonces del significado real de la retórica. Si bien, de manera vernácula esta excelentemente descrita falta, a mi entender, la diferenciación entre dialéctica y retórica. Cicerón, ávido lector de los griegos, no entiende el porqué de la instrucción de la gimnasia y la música a los estudiantes de la Academia, mucho menos del estudio dialéctico. En suma, la retórica romana dista mucho de la retórica griega, opuesta a la dialéctica y a la razón.
3. Finalmente, tus descripciones son esxclesas del libro.

Creo que es todo -como politólogo no es importante la retroalimentación y la lectura de textos clásico, pero entiendo el porqué de esa escritura- lo que puedo poner ahora.